Si usted hubiese preguntado en Tepa por un tal Adrián, pocos le darían razón, no así si preguntara por Madres Fritas, . ¡Aaaah!.
Y es que durante décadas fue el vendedor de “buche naylon” y “madres fritas”, nombre por demás rimbombante con el que bautizó en los ’50 a su fritanga de puerco, compuesta por buche, madre, pajarilla y otras ciencias ocultas que tienen puercos y puercas por el lado de adentro. Quizá ahora entienda lo del mote con que conocimos al interfecto, cuya voz resonaba por las anchurosas calles de Tepa cada mañana al son de “Buche nayloooon”; “Madres fritaaaas”
Cuando el negocio caminaba lento agregaba:
¿No oyen o no tráin?.
¡Si no tráin, ay después… tragan!
Igualmente famosa fue una de sus hijas, de la que si mencionáramos por su nombre nadie recordaría, pero el Tepa de mediados del fascinante Siglo XX conocía por La Pelona, tan famosa que hasta Juan Flores asentó noticia para los anales de la historia en una publicación tan circunspecta como lo es Vida Parroquial.
En una reunión familia mi hermana Cuquita nos notificó sobre la muerte de La Pelona. Puesto que dentro del grupo del Encuentro Matrimonial cultivamos una bonita amistad con “Viges” y “Nachita”, hermana de La Pelona del cuento, mi esposa, con cara de aflicción y comedimiento inició la lista de preguntas de rigor:
- ¿Cuándo murió?
- Anteayer; ayer asistimos a su Misa en San Antonio.
- ¿Murió de repente?
- No; la pobre padeció mucho antes de morir…
- ¡Ay, pobrecita!
- Primero le amputaron una pierna…
- ¡Uh, cómo debió sufrir!
- Luego se le gangrenó la otra y también se la cortaron…
- ¡Ah, qué barbaridad!
- Luego ya tenía tiempo en cama y…
Terminada la larga lista de padecimientos que terminaron con la muerte de La Pelona, hubo un pequeño respiro, para luego:
- Oye -por fin, habiéndose dado cuenta que yo también estaba presente, osó preguntarme-, ¿Y quién era la Pelona… yo la conocía?